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Bimortal

Pobres pasos, suenan indolentes, no se quejan y no quiebran la mirada del señor Tol.

En la esquina de la peña gris, es ahí el lugar más indicado.

Esther, abre la puerta como si tuviera clemencia de su delgadez, tira cuánto material visto se aproxime con un cormorán llevando el pez de su impotencia en el pico. Tranquilizantes, sí, más… más… más.

Para qué llorar y secarse luego, se evaporaría mejor la sangre de Enrique y circundaría por todo el planeta, llegaría a ella sin ningún inconveniente y rozaría sus pieles dulces cada mañana, cada instante sería un paraíso frugal, un torrente provocaría y la dirección del agua cambiaría, sumergiéndose luego en sus ojos. Está próxima la visión opaca, ¿qué habrá después?
Se pone de pie, el agonizante hombre que lleva a los hombros sacos y camisas desgarras por la dureza de la atmósfera clara, la claridad duele.
Avanza, avanza alma de Aristóteles hollando el fuego cambiante, que allá, ella sigue esperando.

Cómo, sangrar o ensuciar los vidrios de la mañana; el agua podría ser un remedio para la diminuta Esther y si… tal vez él está navegando y vuelve a poseerme. No.
Una escopeta grita, colgada en la pared como una cruz del cementerio. Rézale.
Arrodíllate ante lo que conoces y nunca conocerás.

Las aves eran muy ligeras cuando se veían desde la azotea, Ikaro, sálvame y llévame al espejismo del sueño profundo, destierra mis huesos y conviértelas en su alimento diario para que así nunca me extrañe.

Calmantes, diamantes y pendientes para él. No dolerá, no dolerá. Y una ráfaga roja de extiende dentro del crepúsculo, la han crucificado sin dolor. Dijo ella, no sufrirá más y evitará resignarse a sus demonios angelicales.

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